jueves, 23 de julio de 2009

Una carta de amor sin amor

Entró a su departamento cuando ya habían dado las ocho en el viejo carrillón del edificio de la avenida, justo frente al que ella vivía...El ambiente, frío y húmedo, atemperaba muy poco las inclemencias de ese mes de julio particularmente inhóspito...dejó la cartera y el tapado sobre la silla del hall y se metió en la minúscula cocina para entibiar un poco de leche, que compartiría en porciones desiguales con su gata; repasó mentalmente el día de trabajo en la oficina (departamento contable) y pensó que verdaderamente estaba en una vía muerta...de allí, de esa oficina del primer piso, sólo se pasaba a la calle...por despido o jubilación.
Llevó su taza humeante hasta el diminuto escritorio, colocado bajo la única y más bien mezquina ventana del living y sentándose ante él, se entretuvo en releer la carta que había dejado abierta sobre la carpeta de papel secante verde...”amor mío” empezaba y creyó descubrir que ésa era la única frase que la conmovía...lo demás podía ser literatura...”amor mío” releyó por enésima vez y se dijo que en sus cuarenta y cinco años de soledad, nadie le había dicho algo tan hermoso...Sacó un estuche de cartón con papel carta de color rosa y un sobre igual, preparó su lapicera y comenzó a contestar la carta...”Estimado amigo...” Pensó que era demasiado formal y en otro papel comenzó de nuevo...”Querido mío...” escribió y sintió como una oleada de vergüenza subiendo a su rostro, pero estaba decidida a ser tan audaz como no lo había sido nunca...”Querido mío, también deseo que nos encontremos en aquel lugar donde nos conocimos...te daré lo que tanto me reclamas y que por un inútil sentido del pudor no me había animado hasta hoy a otorgarte...” Casi temblando terminó de escribir la carta y, conciente de su inconcebible audacia, no se animó a releerla para poder corregir posibles errores o reiteraciones. La metió en el sobre y con su prolija letra de ayudanta de contador, estampó su nombre en el reverso del m ismo y, como sello inconfundible de su contenido, posó su labios pintados –demasiado quizá—para dejar la huella de su boca entre su dirección y su nombre. Suspiró, tomó el sobre y lo llevó al placard donde en una caja de lata decorada con grandes flores, dormían su sueño sin destino decenas de sobres similares. Todos conteniendo a su vez cartas escritas siempre en contestación a cartas que jamás se habían recibido...sólo una, encontrada una mañana de domingo en el banco de una plaza y que sirviera para alimentar el deseo y la soledad durante años...y para armar la fantasía de un romance eterno. Con un solo pedido y cientos de respuestas...

Cuidado con la gente maniática

Usted, señor, que tiene cara de inteligente, seguramente habrá de comprender lo que está pasando...¿Se dio cuenta que hay baldosas amenazantes? No? bueno, yo le aviso, cuando camine por cualquier calle de estas, trate de evitar las baldosas pares... que cómo va a saber cuáles son pares y cuáles no? muy fácil, cuando dé el primer paso en una cuadra cualquiera, cuente a partir de donde puso el pié primero, las anteriores no importan.
Usted cuenta dos desde el pié que apoyó primero y pisa la número tres, si el corte no coincide (a veces sucede), usted se desvía un poco y así no corre el riesgo de pisar una baldosa par. Esas son las peores! Uno nunca sabe qué peligros esconden, ni qué le puede suceder si no está atento. Se lo digo yo, que por no fijarme a dónde pisaba, una sucesión de desgracias hicieron de mi vida un desastre. Mi mujer se divorció de mí, mi hija se fugó de casa con un punk y mi hijo abandonó la facultad para irse al sur a sembrar frutillas y a vivir en comunidad. Se da cuenta? Me sentía castigado por dios, hasta que al fin comprendí que era por culpa de las baldosas. Ahora ando más tranquilo, pero sin descuidarme.
Pero no vaya a creer que es lo único de lo que hay que cuidarse, no; usted comprenderá que la vida no es tan sencilla..! También me estoy cuidando y mucho de no sentarme en cualquier silla en un bar o restaurante...uno, por lo general no se fija, y ahí está el verdadero peligro, no todas las sillas son iguales, aunque lo parezcan; algunas esconden terribles amenazas y no es cuestión de arriesgarse a una desgracia. Usted, señor, ya habrá comprendido que no soy una persona irreflexiva, al contrario, me precio de ser muy racional y muy centrado, aunque mi ex mujer le diría lo contrario. Por eso le digo, señor, elija bien la silla en que vaya a sentarse, evite las que quedan de espaldas a una puerta, aunque ésta esté lejos. Y si están cerca de un espejo, mejor vaya a otra mesa. Ah, por favor, no le cuente esto que le digo a nadie, sabe? hay mucha gente maniática dando vueltas y en una de esas...

martes, 14 de abril de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

Mi abuela

Los años
se fueron acumulando
sobre su piel
de muchacha campesina
y fue madre y abuela
casi sin notar
el paso implacable del tiempo...

Nunca aprendió a leer
y sin embargo
poseía el secreto
de pócimas antiguas
que aliviaban
dolores y componían
el tiempo
con la misma eficacia
con que preparaba
la comida familiar...

Sus viejas manos
tenían la textura del amor
sin condiciones
y bastaba una caricia
suya
para auyentar tristezas
y pesares.

Conocía el nombre
secreto
de todas las plantas
y sabía guardarlas
en pequeñas bolsitas
a las que recurría
para hacer tizanas
bienechoras.

Se marchó
casi en puntas de pie,
una tarde lejana
de mi lejana juventud
dejando tras de sí
un antiguo perfume
de glicinas
que aún perdura
en mi corazón.

EL CIEGO

En vano intento recordar mi rostro
que alguna vez
pude ver siendo muchacho,
pero el tiempo,
con el ropaje implacable
de la decrepitud,
y la paciente ceguera
que tejía
sin prisa alguna mi destino,
me condenaron
a la pura imaginación
y a las sombras.

Hoy dependo,
para develar los intrincados
senderos de mi historia,
de los restos
de antiguos relatos
y de cierta compasión
que percibo en quienes
me consideran
una especie de vieja ancla
enmohecida,
semi enterrada
en las arenas evanescentes
del recuerdo.

No es ahora la luz
lo que condensa mis deseos,
ni aspiro ya a vislumbrar el cielo.
Sólo me complazco
en el intrascendente transcurrir
de las horas
imaginando colores
y formas que tal vez no existan,
pero que sin duda,
habitarán
mi acongojado espíritu
hasta el final.

martes, 27 de enero de 2009

Ocaso

Luminosa juventud
te desvaneces.

Todo el furor de la sangre
acostumbrada
a golpear contra la fatalidad
deviene ahora
serenidad y calma.

Sólo de vez en cuando
un rostro
de muchacha, pálido
y delgado, acontece
sobre la tarde
para encender de nostalgia
esta vieja armadura
de tristezas.

Qué castigo sutil, que ilimitada
eficacia
la de la memoria
que no renuncia al deseo
ni se enfrenta a él.

Espejo implacable, el tiempo
acecha desde lo evanescente
de la carne.

Me marchito en mi caparazón
de recuerdos
como una tortuga milenaria
cargando sobre la espalda
el peso de infinitas ausencias.

La palabra, esa gran excusa
de la vejez,
resulta el único consuelo
en este tramo final.

¿Dónde quedó la alegría?