jueves, 14 de febrero de 2008

El Paraiso perdido

¿Dónde resonarán ahora los ecos
de aquellas viejas canciones
que supieron conjurar los miedos
y la ausencia?

Todo es fugaz y evanescente
ahora y sólo el silencio
resuena en los polvorientos recintos
donde los antiguos dioses
miran transcurrir, impasibles,
las aguas del tiempo.

Sus rostros no reflejan
sino tristeza y hastío.
¿Qué ritos habrán de revivirlos
para devolvernos la alegría
y la esperanza?

Ya no hay voces salmodiando
oraciones o batallas,
no hay ya guerreros junto al fuego
templando sus flechas
en la hoguera, ni viejos rapsodas
desgranando historias
de reinos y traiciones.

Nada de ello existe ya
¿Deberemos resignarnos a una vida
sin prodigios ni pasiones?

Sé que en algún bosque escondido
aún podríamos encontrar
el rastro de aquellos seres luminosos
que un día lejano poblaron la tierra.

Las prostitutas

Gorriones de la noche, caminan
sin rumbo,
esperando que la vida
les regale por fin, una sorpresa.

Llevan sus corazones escondidos
dentro de un pañuelo
por miedo de que algún gato
hambriento se los robe y a cada rato
los miran sólo para comprobar
que aún los tienen.

Se les nota el alma
un tanto descosida, justo en el ángulo
donde se juntan los sueños
de la infancia
y los dolores de la soledad.

La madrugada las sorprende
arrastrando lentamente sus ojos
por un asfalto implacable
que no sabe de ternuras.

Sus labios
ya no saben sonreír, apenas
si amenazan con bajar
las comisuras
hasta la altura de sus escasos
placeres y se congelan
en un eterno gesto triste
y desangelado.

Pobres criaturas solitarias, van
pintadas como para una fiesta
a la que nunca serán invitadas,
sólo el sol,
indiferente y bondadoso,
se atreve a acarciciarlas
sin desprecio y sin violencia.