viernes, 28 de marzo de 2008

La soledad femenina (Monólogo en el diván)

...la verdad? Ya ni sé para qué vengo...dos veces por semana llego, me quito el abrigo y me recuesto aquí para contarle mis cosas...como si a alguien en este mundo le importara lo que a mí me pasa...ni a usted ni a nadie...pero usted qué me va a decir, verdad?...”tiene que superar esta etapa –me dice--- tiene que aprender a valorarse” Já! en una época me valoraba...hasta me creía que yo era algo especial...pero... sabe una cosa? los demás se encargan siempre de demostrarle a una que de especial no tiene nada...¡especial..! Cuando recién me separé, creía que con sólo salir a la calle bien producida, con ropa linda, alguien, algún hombre en serio se daría cuenta de lo que yo valía y así empezaría a recobrar mi dignidad...pero le voy a decir una cosa... usted, ¿nunca tuvo la sensación de ser transparente? Mire, yo en esa época, por poner un ejemplo, iba caminando al mediodía por Florida rumbo a un lugar donde solía almorzar y miraba a los tipos a la cara! Veia venir en sentido contrario a un hombre y me decía “éste, seguro me piropea” y me preparaba mentalmente con mi mejor sonrisa...y el tipo pasaba a mi lado como si no me viera, como si fuera transparente...
De noche en casa solía mirar mi cuerpo desnudo y me preguntaba “¿cómo es posible, cómo es posible que nadie, nadie en este mundo quiera estar aquí conmigo, que nadie desee este cuerpo? ¿Dónde están esos hombres sensibles capaces de valorar esto que soy... ¡y con tanto que tengo para dar!” Claro, eso lo pensaba en esa época...ahora ya sé como es esto...soy yo que no sirvo para nada, que no soy atractiva para nadie...Por la calle miro a otras mujeres con sus maridos o sus parejas y me pregunto “es más atractiva que yo? Tiene mejor figura?, es más joven? Y quiere que le diga una cosa? Siempre la respuesta es sí. Cuesta asumirlo como usted dice, pero la cosa es así...no soy valiosa para nadie...ni para mi gato, porque si un día me olvido de dejarle la leche, se escapa y consigue su comida en cualquier casa del barrio...pero lo que más duele es el silencio...llegar a casa y saber que adentro no hay más que silencio, un silencio que se pega a las paredes y a las cosas...Por eso pongo tan fuerte el televisor...para hacerme la ilusión de que ahuyenté al silencio. Pero yo sé que es mentira..los domingos por la tarde me descubro con feo gusto en la boca y no es el cigarrillo, no, es el silencio que se empieza a meter dentro mío...y el silencio pesa...pesa tanto que ya casi no tengo fuerzas para levantarme para ir a trabajar ni para venir a su consultorio...y sé que un día pesará tanto que ya no podré levantarme de la cama para bañarme ni para comer...y quién le dice...en una de esas podré dormirme por primera vez con la tranquilidad de que ya no tendré que levantarme más...nunca más...