jueves, 12 de marzo de 2009

Mi abuela

Los años
se fueron acumulando
sobre su piel
de muchacha campesina
y fue madre y abuela
casi sin notar
el paso implacable del tiempo...

Nunca aprendió a leer
y sin embargo
poseía el secreto
de pócimas antiguas
que aliviaban
dolores y componían
el tiempo
con la misma eficacia
con que preparaba
la comida familiar...

Sus viejas manos
tenían la textura del amor
sin condiciones
y bastaba una caricia
suya
para auyentar tristezas
y pesares.

Conocía el nombre
secreto
de todas las plantas
y sabía guardarlas
en pequeñas bolsitas
a las que recurría
para hacer tizanas
bienechoras.

Se marchó
casi en puntas de pie,
una tarde lejana
de mi lejana juventud
dejando tras de sí
un antiguo perfume
de glicinas
que aún perdura
en mi corazón.

EL CIEGO

En vano intento recordar mi rostro
que alguna vez
pude ver siendo muchacho,
pero el tiempo,
con el ropaje implacable
de la decrepitud,
y la paciente ceguera
que tejía
sin prisa alguna mi destino,
me condenaron
a la pura imaginación
y a las sombras.

Hoy dependo,
para develar los intrincados
senderos de mi historia,
de los restos
de antiguos relatos
y de cierta compasión
que percibo en quienes
me consideran
una especie de vieja ancla
enmohecida,
semi enterrada
en las arenas evanescentes
del recuerdo.

No es ahora la luz
lo que condensa mis deseos,
ni aspiro ya a vislumbrar el cielo.
Sólo me complazco
en el intrascendente transcurrir
de las horas
imaginando colores
y formas que tal vez no existan,
pero que sin duda,
habitarán
mi acongojado espíritu
hasta el final.