Gorriones de la noche, caminan
sin rumbo,
esperando que la vida
les regale por fin, una sorpresa.
Llevan sus corazones escondidos
dentro de un pañuelo
por miedo de que algún gato
hambriento se los robe y a cada rato
los miran sólo para comprobar
que aún los tienen.
Se les nota el alma
un tanto descosida, justo en el ángulo
donde se juntan los sueños
de la infancia
y los dolores de la soledad.
La madrugada las sorprende
arrastrando lentamente sus ojos
por un asfalto implacable
que no sabe de ternuras.
Sus labios
ya no saben sonreír, apenas
si amenazan con bajar
las comisuras
hasta la altura de sus escasos
placeres y se congelan
en un eterno gesto triste
y desangelado.
Pobres criaturas solitarias, van
pintadas como para una fiesta
a la que nunca serán invitadas,
sólo el sol,
indiferente y bondadoso,
se atreve a acarciciarlas
sin desprecio y sin violencia.
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