“...te regalaría las estrellas
pero te has empecinado
en un par de zapatos...”
“El mayor de mis defectos”
Roberto Fontanarrosa,
pero te has empecinado
en un par de zapatos...”
“El mayor de mis defectos”
Roberto Fontanarrosa,
Usted estará de acuerdo conmigo que nadie hasta ahora podido explicar el origen de la irrefrenable pasión de algunas mujeres por los zapatos: Usted seguramente se habrá enterado de que alguna mujer muy famosa de la televisión ha llegado a tener más de trescientos cincuenta pares, lo que casi le permitiría ponerse unos distintos cada día del año sin repetir ninguno, aunque ni usted, ni yo ni nadie entienda cuál sería la ventaja de semejante performance.
Pero más allá de este despropósito, pares más, pares menos, ninguna se resiste a comprar unos nuevos si el bolsillo se lo permite o si el marido aún no le hizo cirugía plástica (entiéndase por esto que el consorte, harto de las liquidaciones astronómicas de su tarjeta de crédito, le cortó con unas tijeras la extensión que le había otorgado).
Mire amigo, usted como hombre ya habrá advertido que ellas compran zapatos cuando se sienten pletóricas de energía y buena onda o, por el contrario, cuando el mundo les parece miserable y todo amenaza volverse horrible. También cuando están aburridas, o cuando tienen dudas metafísicas o cuando no pudieron con el último libro de Chopra o de Paulo Cohelo.
Y compran, en fin, cada vez que pasan por una vidriera donde exhiben modelos que creen son de última onda aunque al llegar a sus casas, descubran que los que acaban de comprar, son casi iguales a los que compraron en un shopping hace tres meses. Pero no les importa.
Es que la pasión de algunas mujeres por los zapatos tiene algo de místico, ¿se dio cuenta?; es casi como una religión. Nunca se desprenden de los zapatos que ya no usan, nadie ha visto jamás a una mujer tirar sus zapatos viejos. Los guardan con tanto cariño como si con ellos hubieran vivido hechos tan trascendentes como la caída del muro de Berlín o la firma del tratado de Yalta.
La relación de estas mujeres con sus zapatos viejos es verdaderamente sorprendente. Los guardan con cariño y los usan a diario para sus tareas domésticas pues, a fuerza de conocidos, jamás les producen molestias o esos dolores tan propios de los zapatos nuevos. Pero jamás se ocupan de ellos. Ni siquiera los limpian. Simplemente los tienen ahí. A mano para baldear el patio o simplemente para chancletear ruidosamente por toda la casa.
Y he aquí la característica más extraña de esa relación: Estas mujeres establecen un paralelo muy estricto entre sus zapatos viejos y sus maridos. Ambos son confiables. Y cómodos. También están exentos de sorpresas. Pero ésa es la verdadera raíz del problema.
Sé por qué lo digo...como a tantos hombres poco avisados, a mí también me sucedió...Mi amada esposa (la quinta) de la noche a la mañana comenzó a mostrar señales (al principio sutiles) de que se aburría soberanamente en nuestro matrimonio.
Si un sábado a la noche salía a comprarse cigarrillos en el quiosco de la esquina, invariablemente volvía con una mirada entre nostálgica y apesadumbrada. Y no podía evitar hacerme algún comentario acerca de los chicos que iban a la disco o a alguna fiesta...Seguía el recuerdo (siempre mejorado por efectos de la melancolía) de las hermosas fiestas a las que concurría en su adolescencia y reflexiones del tipo de “que jodido es crecer y perderse esas cosas tan lindas”. ¿Le resulta familiar el tema?
Entonces usted sabe que el proceso de demolición matrimonial se inicia cuando las mujeres como la mía, quizás también como la suya, comienzan a imaginar que fuera del matrimonio hay un mundo maravilloso que las está esperando. Un mundo que seguramente será una verdadera fiesta.
Y es entonces cuando comienzan a pensar que necesitan salir de compras porque... ¿quién querría ir a una fiesta con sus zapatos viejos? Mi mujer seguramente no. Y por la cara que pone, la suya tampoco.
Después de algunas dudas, la condición femenina se impuso y mi mujer salió alegre a conseguirse un nuevo par de zapatos y, por las mismas razones, un nuevo marido.
Claro que no tardó mucho en descubrir que el mundo ése que imaginó, de maravilloso no tiene nada y, lo que es peor, nadie la estaba esperando. Pero no le importó demasiado, confía en que el ciclo volverá a comenzar. Y tal vez así sea.
Hasta que los años la convenzan que siempre serán mejores para la vida real, aquellos zapatos que ya no las hacen sufrir.
Pero casi seguro será tarde.
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